• Desafío al corazón. Capítulo {91}

13:10




Suspiro cuando cierro la puerta. Luego la miro a ella como si mi vida se fuera en ello. Después de todo ___, hay algo que deseo que no olvides ni un solo segundo, y es que lo que siento por ti es tan grande, que no podría situarlo en este mundo tan pequeño. A veces estaría bien que el mundo nos enviara mensajes como estos: “Corres el riesgo de enamorarte. Retrocede ahora mismo o te arrepentirás por el resto de tu vida. Esta es la última advertencia, si das un paso más, tu corazón colapsará. Y la empresa no se hace cargo por los daños efectuados.” Nuestro corazón se ahorraría más de un disgusto.
Se pone en pie y se baja un poco mi camisa. Yo curvo los labios pues no consigue nada. Luego sube la cortina para más tarde abrir la ventana. El aire le da de lleno en la cara y su pelo vuela al son de éste. Unos pequeños pajaritos se escuchan en los árboles y una melodía lenta se puede percibir un poco más lejos, de alguna casa cercana. Me acerco y la abrazo por detrás. Clavando mí barbilla en su cuello. Ella se exalta un segundo, pero luego curva sus labios y me acaricia la mejilla. Aspiro el aroma de su pelo. Y cierro los ojos. Nos estamos así. Unos segundos en silencio mientras el aire nos da en la cara. Extrañaba esto no sabéis ni cuánto.


-        Hoy hace un día bonito. – susurra mirando al horizonte.

Yo no digo ni una sola palabra. La verdad que tiene razón. Hoy hace uno de los días más bonitos que he visto desde que me he mudado a Atlanta. Quizás sea porque todo comienza a recobrar sentido o porque quizás estoy terriblemente enamorado. Si Chaz estuviera ahora mismo aquí me diría “Que maricona te has vuelto bro”. Suelto una pequeña risa al recordar eso y ella se gira, rodeándome el cuello con sus brazos. Cierra los ojos. Ahora ábrelos. Mírame. Dibuja esa sonrisa que me gusta tanto. Sí, esa que te ilumina la cara. Esa que te hace ser la chica más guapa del planeta. ¿Sabes que te quiero?

-        ¿De qué te ríes? – me pregunta con una sonrisa. Yo sonrío y le llevo un mechón de su pelo detrás de su oreja.
-        Nada, me acordé de algo.
-        ¿De qué?
-        De los chicos. – se me escapa otra sonrisa algo más traviesa.
-        ¿Ryan no vivía cerca de aquí? – me pregunta arrugando el entrecejo.
-        Sí, pero se fue de viaje con su padre. Ya sabes los negocios que tiene y…-ruedo los ojos.- creo que vuelve esta semana.
-        Ah, bien. – dice y me besa en la mejilla.

Se desengancha de mí y coge su ropa que se haya encima de la mesa de mi escritorio. La observo curioso apoyado en el ventanal. Está muy guapa. Ella me mira. Me regala una sonrisa. Se quita la blusa que le había prestado la noche anterior quedándose en ropa interior y luego la deja caer al suelo. Me tenso. Trago saliva. Observo cuerpo. Me doy la vuelta o no podré con esto. Y mamá y los niños están en casa. Cojo aire, el viento me da en la cara y  luego me vuelvo a girar. En todo este tiempo me había sido imposible dejar de pensar en ella, en sus labios jugosos, en su piel suave y perfecta, en su pelo largo y sedoso extendido sobre mis  sabanas, en su cuerpo curvilíneo y tentador que provoca en mí la necesidad de acariciarlo hasta hacerla suplicar y suspirar de deseo...
Había sido totalmente imposible sacármela de la cabeza. Había sido totalmente imposible sacármela de la cabeza. Cojo una bocanada de aire y me giro. Se pone sus zapatillas y recoge la blusa. Luego me mira.

-        ¿Dónde la pongo? – pregunta observando nuestro alrededor.
-        Déjala ahí. Ya luego la pongo en la ropa sucia. – digo señalando la cama. Ella se eleva de hombros y la deja encima.

Deja su teléfono móvil sobre el escritorio y luego me mira curiosa. Yo sigo apoyado en la pared, justo al lado de la ventana.

-        ¿Qué? – suelta una pequeña risa. De esas que tanto me encantan y sólo sabe regalarme ella.
-        Nada. – se me escapa una sonrisa traviesa mientras la miro.


Ella se acerca de nuevo y se pone de puntillas. Me da un fugaz beso en los labios. Se separa. Me mira directamente a los ojos y sonríe, yo le devuelvo la sonrisa y más tarde, vuelve a hacerse dueña de mis labios, esta vez con algo más de deseo. Besa mi labio inferior, da unos mordisquitos luego vuelve a besarlo con dulzura. Luego yo juego con lo mismo y ella suelta una pequeña risa sobre mis labios que me hace sentir el tío más afortunado del mundo. La rodeo por la cintura y ella dirige una de sus manos a mi pelo, tirando de mí hacia su boca, (cosa que me vuelve loco). Y entre beso y beso siento como se me va el mundo sobre sus labios.

-        Te he echado de menos. – murmuré. - Creí que ibas a dejarme. – dije cuando se alejó para recobrar algo de aliento. – No sabes cuánto miedo tenía de perderte. – dije sincero. Y me di cuenta como el tono de mi voz se había consumido un poco. Y ella lo había notado. Llevó su dedo índice a mis labios.
-        Estoy contigo, esta vez todo va a salir bien. Te lo prometo.

___ me regaló una mirada brillante y volvió a darme un beso fugaz. Justo al segundo se enterró en mis brazos. La abracé con fuerza y cerré los ojos. Y viajé al pasado. Recuerdo que un día estuve con una chica, la primera chica que pensaba que me gustaba de verdad. Recuerdo que estábamos en un bar, ella había discutido con su familia y me dijo que si podíamos vernos. Llegó al bar casi destrozada y se lanzó a mis brazos. Recuerdo que nunca llegué a cerrar los ojos. Cuando me abrazaba, cuando me besaba o cuando lo hacíamos. Nunca llegué a sentir con nadie de esta forma. Bueno, más bien nunca sentí nada por nadie. Cuando me acostaba con una tía, intentaba no hacerle daño, pero todo siempre era rápido, no me daba cuenta de nada, parecía que debajo de mí, encima de mí, estuviera donde estuviera, estaba con una muñeca. Nunca llegué a sentir nada por ninguna de las chicas con las que me acosté. Sólo era eso. Acostarme. Descargar tensiones. Liberarme. Echar un polvo, y si te he visto, no me acuerdo. Me mordí la lengua y aparté el pensamiento de un plumazo. ___ parecía que se había quedado dormida en mi pecho, pues no se alejaba de allí.

-        ¿Te dormiste? – pregunté irónico con una pequeña risa.
-        No. Pero me gusta escuchar lo rápido que va tu corazón.
-        ¿Va muy rápido?
-        Bueno, ahora va más lento.
-        Acércate a mí y verás lo rápido que vuelve a ir.

Se separó de mí y se puso de puntillas.

-        Está yendo rápido de nuevo.  – se acercó un poquito más.
-        Ahora…ahora cada vez más.
-        ¿Y ahora? – preguntó con una sonrisa y los ojos cerrados a menos de 2 centímetros de mis labios.
-        Uf, ahora acaba de salir disparado con dirección hacia Júpiter.
-        Eres un estúpido. – dijo riendo. Me dio un beso en la comisura de los labios y se giró. Pero antes de que se me escapara volví a tirar de su mano y la estreché contra mí.
-        ¿A dónde te piensas que vas? Me debes demasiados besos.

Solté una pequeña risa y coloqué mi mano detrás de su cuello para poder besarla como a mí más me gustaba. Hacerme dueño de sus labios con un simple movimiento que hiciera detrás de su cuello era la hostia. Soltó un suspiro dentro de mi boca cuando rocé su espalda con mis manos. La verdad que las tenía congeladas. Cada vez que sus manos me rozaban, una corriente eléctrica arrasaba mi cuerpo y embriagaba mi mente de deliciosas sensaciones. Pero ahora no. Eché escombros sobre esas ideas. Está mi familia en casa. Ella mordió mi labio inferior y lo atrapó justo antes de que volviera a caer. Atrapó mis labios con una delicadeza que nada tenía que ver con la urgencia que palpitaba en mi entrepierna. Mordisqueé y lamí los suyos hasta abrirme paso y arrasar su interior, saboreándola como si fuera el licor más exquisito. Me separé de sus labios y no dejaba que ella me besara, jugando un poco con su autocontrol, carcajeó y luego se enfadó, para más tarde tirar de mi pelo despeinado hasta unir de nuevo nuestras bocas, ansiosa por sentir otra vez mi lengua, mi aliento, y mi sabor. Todavía podía sentir esa fragancia que ella desprendía y que me había vuelto loco de deseo. Cerré los ojos y la inhalé profundamente, reteniéndola en mi memoria cómo si fuera la última vez que podría disfrutar de ella.

-        Me voy a casa. – susurró contra mis labios. Yo gruñí sobre su boca como un niño pequeño y ella rió, devolviéndome el beso. – Me tengo que ir ya. Además, tu madre pensará cosas extrañas. – me dio un beso en la mejilla y corrió hasta el escritorio. Se guardó el móvil en el bolsillo y me miró.
-        Mi madre dijo que nos esperaba para desayunar. – le recordé. Ella susurró un “Joder, es verdad”.
-        Pero me da vergüenza Justin. Aún no la conozco. Soy una empleada y encima estoy en la habitación de su hijo mayor, durmiendo. Lo peor es que supongo que no sabe que esta empleada es tu novia.
-        Sí, si lo sabe. – carcajeé. Ella arrugó el entrecejo. – No le he dicho que eres mi novia, pero si sabe que tengo algo contigo. Me lo dijo al segundo de día de que estuvieras aquí trabajando.
-        ¿Cómo? – preguntó. Yo reí y me revolví el pelo.
-        Son madres. – me elevé de hombros. – Lo saben todo.
-        Bueno, eso es verdad. – curvó sus labios y clavó la mirada en mi mesa de noche.

Me miró un segundo y se acercó. Lo había visto. Se sentó en mi cama y cogió la pequeña llave que ella misma me regaló con aquella carta. Me miró un segundo y sonrió.

-        Pensaba que la habías tirado. – murmuró.

La llave la había guardado como ella me había dicho. Siempre estuvo en mi mesa de noche al lado mío. Junto con su pañuelo.

-        ¿Cómo iba a tirarla? Tú misma me dijiste que cuando me cansara de ti la lanzara al mar. Y eso no va a suceder nunca.

Sonrió y la dejó donde mismo estaba. Luego se acercó, me besó en los labios y se acercó a la puerta.

-        Vamos anda. – tiró de mi mano.

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