• Desafío al corazón. Capítulo {25}

11:04


• Capítulo 25.

- Te tiene loco. – dijo Richard guardando su cámara.
- No, no es verdad. – contesté saltando el escenario. Lo observé.
- No puedes negarlo.
- ¿El qué?
- Que te trae loco.
- ¿Qué dices? ¿Pero la has visto? Es una estúpida.
- Está bien Justin. – dijo carcajeando, dándome una ligera palmada en el hombro. – Geniales fotos. – sonrió y con un paso lento, desapareció por la puerta.
Elevé una ceja observando cómo se marchaba. Pestañeé varias veces para centrarme en la nueva situación de mi vida. Lamí mis labios recogiendo el sabor que me había dejado antes de irse como si nada hubiese pasado y entonces, me di cuenta que sí, que como mis predicciones venían diciendo, estaba perdido.
|| Narra ___ ||
Uno. Dos. Tres. Cuatro. Bom. Seis. El corazón me va a una velocidad considerada. Estaba deseando terminar todo aquello, era muy difícil aguantar aquella situación. Cuando Richard dijo que tenía que besarle, me decidí por mí misma, hacerme la fuerte, coger valor, besarle y salir lo antes posible de allí. Todo sería más rápido y causaría menos dolor. Dolor que no logro entender. Es que es un odioso.
- Arsh. – bufé pesadamente buscando la zona de ‘make a change’.
- ¡Ruuuth! – la llamé.
- ¿Qué pasa? ¿Ya terminaron? – me preguntó sonriente.
- Sí. – curvé mis labios. - ¿Me podrías dejar la ropa con la que vine? Quiero quitarme ya todo esto. – elevó una ceja. - ¿Qué pasa? – pregunté confundida.
- ¿No te dijeron?
- ¿Qué? – reí.
- Hoy no regresan a la universidad. Te vas a quedar en casa de Justin.
- ¿Os quedaréis? ¿En la casa de Jeremy? – fruncí el ceño. No quería escuchar lo siguiente.
- Sí, Justin y tú. – carcajeó. - No podéis volver a esta hora, son casi las siete. Mañana es sábado. Te quedarás en la casa de Justin y luego el Lunes por la mañana volveréis.
- Estáis todos locos. – dije negando mientras reía irónica. – Ahora vuelvo. – me giré. Me agarró suavemente por el hombro.
- ____, no estoy bromeando. – dijo seria.
- ¿Me lo dices en serio? ¿Tú crees que puedo convivir con ese idiota en la misma casa? ¿En serio lo crees? – dije un tanto enfadada.
- En la sesión, no parecía que os llevarais tan mal.
- Tienes razón. Me enseñaron a diferenciar, el trabajo con lo personal.
Ella sonreía mirando a mis espaldas. Me volteé y allí estaba él, con esa típica cara de engreído. Suspiré pesadamente y entré en el probador. Allí estaba mi ropa. Rápidamente Ruth abrió la cortina, dejándome desconcertada.
- ¿Qué haces?
- Toma. –dijo entregándome unos vaqueros pitillos de color negro. Una blusa de tirantas de color morada, algo caída por la manga izquierda y unas sandalias del mismo tono. – Dame eso. – dijo extendiendo su mano.
- No. – negué. – Me pondré esto ahora. – señalé la ropa que ella me había entregado. - Pero esta ropa me define. Y no voy a dártela.
- ___, es hora de cambiar.
- Ya cambié. Pero no voy a dártela.
- ¿Para que la quieres?
- No lo sé. La gente me conoce por esto. – bajé mi mirada. – Yo no quiero que quieran estar conmigo por lo que ahora soy. – sentí un pequeño vacío en mi corazón.
- Pero, eres la misma. Con esa ropa, con otra. Con aparatos, sin ellos. Con gafas, sin gafas. Con un Lunar aquí. – señaló mi barbilla. – O con el mismo pero aquí. – señaló mi cuello. Se me escapó una sonrisa. – Con el pelo negro, con el pelo rojo. Eres tú, siempre serás tú.
- Tienes razón. – asentí. – Toma.
- Muy bien. – sonrió. – Cámbiate. Y cerró la cortina.
Respiré hondo y me observé en el espejo del probador. Era increíble el cambio que se había originado en mí. Toqué mi pelo, era suave. Miré mis dientes. Blancos. Por fin blancos. Y mis ojos, por fin sin gafas. Aún no aceptaba que esta fuera yo. Mi nueva yo. Me quité los tacones y los dejé a un lado y así con el resto de la ropa. Me coloqué la que me había dado Ruth y salí. Me acerqué a ella y le di la que me había puesto para la sesión.
- ¡Qué guapa! – exclamó.
- Gracias. – reí.
- ¿Nos vamos? – preguntó una voz poco agraciada tras de mí. Me giré.
- Si. – dije secamente. Él miró a Ruth y suspiró. La miré esta vez yo y le di las gracias. Le dije que saludara a todos los chicos de mi parte y que les diera también las gracias por todo lo que habían hecho por mí. - Hasta pronto Ruth.
Busqué a Jeremy, para también darle las gracias, él era el causante de todo esto. Finalmente, tuvimos que marcharnos, Jeremy se había ido a resolver unos asuntos. Salimos de la empresa, sin cruzar una mínima palabra y Justin me abrió la puerta. Entré dentro del coche y la cerró despacio. Suspiré, cargándome de fuerzas para lo que iban a ser los peores dos días de mi vida. Justin subió al coche y cerró su puerta. Abrió la gaveta y sacó un cigarro. Me quedé observándole, odiaba que fumara. Nunca entendí porque la gente fuma. Si quieren olvidar, perder estrés o algo así, que se muerdan las uñas. Que coman chocolate, que engorda pero hace feliz. Que se muerdan la lengua. Pero fumar no, fumar mata. Fumar acorta la vida. 

- ¿Por qué fumas?
- ¿Qué? – preguntó exaltado. Había roto sin querer el silencio.
- Que por qué fumas. – dije observándolo con curiosidad.
- ¿Tú por qué lees? – soltó el mechero y dio una calada.
- ¿Eso a que viene? – elevé una ceja. Curvó sus labios.
- Respóndeme. – dijo mirándome curioso.
- Leo para entrar en otro mundo que no sea el mío. Porque me hace soñar y porque me hace sentir mejor, por momentos logro desaparecer de la realidad.
- Pues a mi fumar me sirve para calmarme. Y para desaparecer también. Me hace sentir mejor.
- ¿Para calmarte? ¿Hacerte sentir mejor? – carcajeé. – Eres patético.
- Y tú muy simpática. – soltó una nube de humo.
- ¿No has buscado otros remedios? Uno se puede sentir mejor con otras cosas.
Y cuando terminé de decir la frase, supe que nunca había tenido que haberla dicho. Él elevó la ceja divertido y prendió el coche. Me maldije interiormente por haber dicho aquello. Le había sacado el doble sentido. Curvó a la derecha y luego a la izquierda. Luego, tiró el cigarrillo por la ventanilla. Fruncí el ceño mirándole y dirigí nuevamente la mirada a la carretera.
• Media hora más tarde…
- ¿Dónde vives? ¿En el más allá? – dije cansada. Él me miró y sonrió.
- Algo así. – dijo simple.
- ¿Queda mucho?
- Unos diez minutos.
- Genial. – volví a apoyar mi cabeza en la ventana.
El trayecto se hizo eterno. Estaba a punto de quedarme dormida, estaba muy cansada. Y cuando estuve a punto de cobrar el sueño…
- Llegamos. – dijo con voz ronca. Me coloqué bien en el sillón y elevé mi vista. Lo miré con el ceño fruncido y volví a mirar el paisaje.
- ¿Qué mierda hacemos en la playa? – él simplemente carcajeó y bajó del coche. Me quedé nuevamente estática. ¡Qué hacíamos en la playa! Abrí la puerta.
- ¿Me quieres explicar que hacemos aquí? – pregunté mientras él abría el maletero y sacaba una pequeña maleta marrón. Lo cerró con fuerza, pasó la llave. Y me miró.
- Bienvenida a mi casa.
Luego, comenzó a caminar por un pequeño caminito de piedra que llevaba a lo que era la casa. Si es que se le podía llamar así. Era totalmente enorme. Era la casa más preciosa que había visto en mi vida. Una casa en la playa. Lo que siempre soñé. Le seguí, tocamos la arena, estaba anocheciendo y el cielo cubría de un naranja claro en el horizonte. Sin cruzar palabra, metió la mano en su bolsillo y sacó una llave color azul brillante y la giró, haciendo que se abriera la puerta y entonces, ___ conociera lo que era el paraíso en términos generales. Me quedé patidifusa. Creo que así decía mi madre. Totalmente impresionada. Lo miré y el rió.
- ¿Te gusta? – me preguntó. Lo miré.
- ¿Bromeas? – Me adentré. Cerró la puerta. Caminé hasta lo que tendría que ser el salón. Era rustico y a la vez moderno con toques bastante llamativos.
- Papá la compró hace mucho. – dijo colocando la maleta sobre el sillón. – Y normalmente la alquila. – Me giré.
- Es muy bonita. – asentí. - ¿Dónde está el baño y las habitaciones? – pregunté.
- Arriba. – carcajeó.
- Que gracioso. – dije seria. – pues me voy a buscar la mía.

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