• Desafío al corazón. Capítulo {70}

16:34

20 días más tarde • Narra Justin.
-Abróchense los cinturones, por favor.
Miro por el pasillo, una azafata. La veo hablar con un señor. Ella simplemente asiente, sin hablar. Luego se dirige hasta una señora que está unos asientos más adelante y escucha sus peticiones. La azafata hace amago de marcharse, pero la señora vuelve a llamarle. Se acerca hasta ella y dice algo riendo. Yo vuelvo de nuevo la mirada hasta la ventanilla y justo entonces siento a alguien a mi lado. Le miro. Es un señor de mediana edad. Genial, tendré compañía en este vuelo. Él me dedica una sonrisa y tras varios minutos en búsqueda de su cinturón, decido ayudarle.
-Aquí está señor, aquí debajo.
-Gracias chico.
Se había sentado prácticamente encima de él. Él suelta una leve risa y yo hago asomo de sonrisa. Luego vuelvo a dirigir mi mirada hasta la ventanilla. El capitán informa que estamos a punto de despegar y yo trago saliva. Un infinito cosquilleo en el estomago y…ya está. Miro por la ventanilla. Nubes teñidas de rosa, blandas e infinitas. Una puesta del sol lejana, el sol de Atlanta. El que hace un último guiño. El que me despide. No puedo creerlo. Estoy regresando. B-28, ése es mi asiento en el avión. Fila de la izquierda, justo detrás de las alas. Y estoy volviendo. Hace diez días que se terminó la universidad y no, no me he sacado la carrera. Y siendo sincero, eso no es lo que más me hiere. Hace diez días, que no veo a ___. Ella si se sacó la carrera. Tenía que volver a su casa. No se dejó convencer, no quiso venirse conmigo a Canadá, no quería volver a alejarse de su familia. Vaya Justin, que jodido estás tío. Me quedo observando el paisaje. Desde aquí arriba todo es diferente. Todo es pequeño, insignificante. Insignificante. Caray, como pueden cambiar las cosas. De no ser nada, a serlo todo. De odiar a una persona, a amarla y querer que nunca desaparezca de tu vida. Descubrí que me había enamorado de ella, no en ese momento, si no desde el principio, de antes, poco a poco. Aceptar la realidad siempre fue difícil, pero algún día tendríamos que madurar y saber cómo es la vida, lo que pasa y todo ese tipo de cosas. Os estaréis preguntando qué ha pasado con nosotros. Bien. Ella, viajó hacia el norte de Atlanta, allí es donde está su casa. Bastante lejos de la universidad. Estuvimos durmiendo 3 días en la casa de mi padre que quedaba un poco más cerca de la suya. Aún así, para llegar eran unas seis horas. El miércoles por la mañana, vino Rick, a recogerla. Y ya han pasado diez días. Yo tengo que volver a mi casa, a Canadá. Tengo que volar. Es lejos. Es muy lejos. No rompimos. De hecho si eso hubiese pasado, me habría pegado un tiro mucho antes. Quedamos en que íbamos a esperarnos. Le prometí que volvería a por ella, o que me compraría un piso cerca de su casa para poder verla. Pero tampoco quiero abandonar a mi familia. En fin, que todo es un puto lio. De pequeño todo era fácil, todo nos lo hacían y todo se solucionaba en un “plis plas”. Cuando eres adolescente cambian las cosas, los problemas abundan y muy pocas veces encuentras la solución. Supongo que debo continuar. Porque debo continuar hacia adelante. No sé, joder. ¿La vida? Como conducir un coche de choque, no tienes un exacto control sobre él, no tienes claro hacia donde girar y la mayoría de veces das volantazos como loco, pero pagarías por volver a subir. Aún así, engañaría si dijese qué sé realmente lo que es la vida.
-Se mueve bastante ¿verdad?
-He montado en peores.
El señor me observa nervioso, lo noto en su mirada. Le regalo una sonrisa y él asiente preocupado. Se aferra al asiento.
-Me dan pánico los aviones.
-No se preocupe, no va a pasar nada.
Me pongo los auriculares y subo la música. Ésta canción me recuerda mucho a ella. Podría contar mil cosas, como fue la primera vez que vi a la persona que cambiaría mi vida o mejor dicho, la manera de verla. Como fue la primera vez que hablamos, la última vez que la abracé y esa última vez que la vi caminar de esa forma tan suya. Una forma que sabría reconocer en cualquier parte del mundo. Podría escribir sobre ella o sobre nuestra historia, pero lo único que me sale decir ahora, es que la echo de menos. Vuelvo mi mirada a la ventana una vez más. Es hora de volver a casa.
9 horas y 30 minutos más tarde.
Siento la turbina girando en proceso de aterrizaje. El señor mira por la ventanilla asustado y luego me mira a mí. Las alas del avión rozan el suelo indecisas. Siento una presión en mi cabeza y unas pequeñas mariposas revolotear en mi estómago.
-Tranquilo.
Le miro, aportándole confianza y el asiente inseguro. Traga saliva y aprieta los ojos con fuerza como si pudiera parar el avión con apenas un abrir y cerrar de ojos. Sonrío levemente. Me hace recordar a mi abuelo. Una punzada de nostalgia se abalanza sobre mí y los asientos se mueven con fuerza. Tocamos tierra. Unos aplausos se levantan desde el fondo. Hemos llegado.
-¡¡Llegamos!!
-Claro que sí. – respondo riendo mientras el señor recoge su pequeño equipaje de mano. Me mira, logrando captar mi atención y luego se despide al ritmo de un…
-Gracias chico. Y suerte.
Eleva la cabeza señalando mi móvil donde se puede observar una foto de ella y mía. Le miro. Él me sonríe con naturalidad, llegando hasta la puerta de salida del avión. Yo sin embargo, me quedo atascado en el momento. El miedo a perderla y el dolor en la cabeza forman un remolino eléctrico que ya no controlo. El sonido de un teléfono móvil me exalta y hace que vuelva a la tierra casi de golpe. Casi todos abren los compartimentos situados encima de los asientos y sacan bolsas y regalos. Azafatas monas saludan a la salida del avión. Recojo mi equipaje y me cruzo con gente que arrastra maletas. Hasta que respiro mi aire. El aire de mi tierra. Puestos aquí, ahora no sé muy bien que tengo que hacer. Mi madre no sabe que he vuelto, es una sorpresa. Y mi casa queda lejos de aquí. Yo vivo en un pequeño pueblo ubicado en Toronto, la capital de Ontario en Stratford. Y sí, queda a una hora desde aquí. Me pongo la chaqueta. Aire frío. Extrañaba caminar después de estar en el aire alrededor de unas diez horas. Ruidos lejanos se escuchan de un tráfico algo nervioso. Un taxi se acerca y no dudo en pararlo. El señor, canoso y algo rechoncho, me ayuda a colocar mi equipaje en el asiento trasero.
-¿Hacia dónde vamos?
-Toronto, Ontario.
-Muy bien.
El ruido del viejo motor, marca mi próximo destino. Todo ha cambiado. Y lo que va a pasar en los próximos días, tal vez aclare algunas cosas. Por ahora, lo único que puedo hacer es pensar en el tiempo que he pasado en Atlanta y en el día en que mi vida cambió.
-Chico, ¿En qué dirección giro?
-Hacia la izquierda por favor.
-Muy bien.
Comienzo a tararear una canción. No me acuerdo de la letra. Estoy nervioso. Muy nervioso. Me froto las manos, no sé si es por el frío que hace o por los nervios, pero que estoy nervioso, eso os lo aseguro. Mis piernas no paran de moverse y no dejo de mirar los alrededores. Joder, como extrañaba todo esto.
-Por aquí, déjeme por aquí.

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