• Desafío al corazón. Capítulo {20}

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• Capítulo 20.

Lamió sus labios y yo mordí mi labio inferior. Sonrió pícaro y se acercó nuevamente a mí, devorando prácticamente mis labios. Estaba depositando pequeñas caricias en mi cintura con su mano sobrante, estaba acariciando el borde de mi tatuaje. Estaba intentando besarme de una manera más salvaje y le respondí. Mis labios adquirieron vida propia y le devolví el beso con todo lo que llevaba dentro y sentí como la electricidad se colaba por mis venas, haciéndome sentir cosas que jamás pensé. Me alejé lentamente dejando caer su labio inferior con delicadeza y me quedé observándole unos segundos. Y entonces me di cuenta que estaba perdida. Había besado a Justin. Justin me había besado. Y me había gustado. Me había gustado, mucho.
-Bien. – tomé aliento. Quité su mano de mi cintura y me acerqué a la cama intentando coger aire. – Bieber, no sé que acaba de pasar pero… – me giró rápidamente, volviendo a hacerse con mis labios. Coloqué mi mano en su pectoral ante la rapidez del movimiento, tiró de mi labio inferior y luego, lo dejó caer. Abrí mis ojos despacio y bajé del cielo.
-¿Maslow, ves que esto es física? – elevé una ceja.
-Idiota. – le alejé. Volvió a tirar de mí, esto ya se convertía en tradición. Pero esta vez me abrazó por la espalda y me susurró en el oído.
-Creo que ya no me duele nada.
-Yo creo que te acabas de aprovechar de tu enfermera. – me giré. Esta vez el elevó una ceja divertida. Se me escapó una pequeña risa risueña. Vi como lamía sus labios otra vez y volví a mirarle a los ojos.
-¿Eres mi enfermera? – Negué riendo y me separé. Justo entonces, abrieron la puerta.
-Hermano, ¿estás mejor? – preguntó Ryan observándole desde la puerta. Le miré. Él me miró, contuvo una risa, miré al suelo.
-Si, ‘man’ no fue nada. – carcajeó sarcástico. – Estoy muuy bien. – dijo intensificando el ‘muy’. Cogí una camisa que estaba encima de la cama de Anahí y subí las escaleras. - ¿A dónde vas? – me miró. Miré a Ryan y volví a mirar a Justin.
-Arriba.
-¿Vamos o qué? – preguntó Ryan desde la puerta.
-No, ahora voy yo. –dijo subiendo las escaleras.
-Pero no íbamos a….-no le dejó terminar.
-Ryan, que ahora voy yo.- dijo con la voz ronca y fuerte. Abrí la puerta del baño y puse la blusa en la cestita de la ropa sucia.
Ryan sin decir nada, cerró la puerta. Me giré y vi a Justin apoyado en el marco de la puerta, observando mi cuerpo. Entrecerré los ojos y subió la mirada de nuevo hasta mis ojos. Rocé su hombro y salí del baño, el soltó una pequeña risa casi ahogada. Me agarró por la mano y consiguió darme la vuelta. Fue a acercarse para besarme en los labios, pero giré mi cara y me dio un beso en la mejilla. Frunció el ceño, me solté y bajé las escaleras.
-¿Qué se supone que te pasa ahora?
-¿A mí? – me tiré en mi cama y cogí el libro que tenía debajo. Lo ojeé. – Nada.
-Sí, claro. – se detuvo observándome. – Acabas de volver a la de antes. ¿Qué se supone que te pasa? – Lo miré.
-No me pasa nada Bieber.
-¿A no? – se acercó a mi cama y lanzó el libro al suelo. Se colocó de rodillas y se puso encima de mí. Muy cerca. - ¿Entonces porque de repente te tensaste?
-No me he tensado. – dije apretando mis dientes. Mi corazón acababa de volver a ponerse en marcha.
-Si, te has vuelto a tensar. – pasó su mano por mi tripa, de nuevo. Carisias. Noté como de repente mi espalda se curvaba. Rosó sus labios por mi mejilla y entonces reaccioné. Esto no era posible.
-No, joder, no. – me deshice de él y como si me persiguieran una manada de leones, corrí hasta la ventana. Cerré los ojos y cogí aire, mucho aire.
-¿Lo ves? ¿Qué mierda te pasa?
-¡Que no Justin! ¡Que no! – negué nerviosa. Me giré. – Que esto no puede ser.
-¿Pero por qué? ¿El qué?
-¡Esto! ¡Tú! – lo miré, mantenía el ceño fruncido. - ¡Yo! – me señalé. - ¡Que no! ¡Que yo te odio!
-Tú no me odias. – negó acercándose rápidamente. – Tú no me odias.
-Yo si te odio. – asentí. – Te odio.
-No, no me odias. – volvió a negar. Me agarró la mano, la solté, caminé hasta la otra punta. – Tú no me odias.
-Me has hecho la vida imposible desde el primer día que estoy aquí. – lo miré.- Me has hecho hacer locuras, me has hecho llorar. Sí. – lo miré. Me observaba con una expresión que no supe descifrar, sus ojos brillaban. – Te odio. No te soporto. Vete. – señalé la puerta.
-No. – asintió seguro. Se acercó con esa seguridad. No me moví, lo observé expectante.
-Insúltame, dímelo todo, venga. ¡Adelante! Insúltame, te doy permiso. Suéltalo todo. Dime que me vaya, que no quieres que siga aquí. ¡Dimelo! – elevó el tono de voz.
-Vete.
-¡Venga fea! ¡Dímelo todo!
Fea. Fea. Fea. Tragué saliva. Fea. '¿Te confundiste? El veterinario está por allí.' '¡FEA! ¡QUE ERES FEA!' 'Las plásticas son hermosas. ¿Y tú? ¿Tú que eres? O, ¿Quién eres? Eres horrible.' ‘¡FEA!’ Me comencé a enervar, la sangre comenzó a subir a mi cabeza, miles de flashes, todos dichos por él, todas las veces que me ha hecho sentir mal. Se aún acercó más.
-Idiota. – asintió.
-Imbécil.
-¡Estúpido! – un paso más.
-Egocéntrico. – asintió.
-Venga, más. – dijo mirándome.
-Irrespetuoso.
-¡Consentido!
-Mimado.
-¡Gilipollas! – se acercó. 5 centímetros.
-Ninfómano de mierda. - elevó una ceja en esta última.
-Vicioso.
-Ajá. - tres centímetros.
-¡Cabrón!
-¡Niñato! – lamí mis labios. Se acercó, colocó su mano en mi mejilla. No sabía que mas decir.
-Se me queda corta la lista de insultos para ti. Lárgate.
-¿Sabes Maslow?
-¿Qué?
-Se te dan muy mal las mentiras.

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