• Desafío al corazón. Capítulo {73}

16:37

-¡JUSTY! – aporrean la puerta. Se me escapa una risa y me froto los ojos.
Jazzy abre la puerta con los morritos hacia adelante y coloca los brazos en jarras. Luego me mira de una manera…encantadora.
-Jaxo no me deja el mando de la tele. Y mamá dice que se lo preste, que es pequeñito y que yo soy una mujercita. Yo le he dicho a mamá que como soy una mujercita, quiero ver mi telenovela.
-¿Qué telenovela? – pregunto carcajeando a la vez que palmeo mi cama. Ella se acerca y sube.
-El oso de la casa azul.
-¡Ah! ¡Los dibujos!
-No son dibujos Justy.
-Ah bueno, perdone señora.
-Señorita.
Suelto una tremenda carcajada. Desde luego, somos bastante parecidos. Ella me mira intrigada y sonríe de lado. Es preciosa.
-Te pareces a papá. – me quedo observándola algo más serio. Ella curva sus labios.
-Tu también Jazzy.
-Eres un poco tonto Justy. Normal que me parezca, ¡es mi padre!
-Tienes razón. – la traigo hacia mí riendo, ella carcajea. Me mira a los ojos y luego, me da un beso en la mejilla.
-¿Por qué no venias a verme?
Durante un momento siento como el mundo se desvanece y como una tonelada de escombros, cae sobre mí sin remordimiento. Le llevo un mechón de cabello tras de su oreja y sonrío.
-Estaba estudiando. No podía venir Jazzy, tenía que estudiar mucho.
-Papá me dijo un día que eras algo malo. – elevó su fina ceja. Yo carcajeé recordando.
-Era un poco malvado cierto, pero cambié. – sonreí al recordarla.
-¿Por qué?
-Porque conocí a una persona.
-¿A quién?
-¿No preguntas mucho? – carcajeé.
-Jo Biebs.
-Algún día la conocerás.
-¿En serio? – sonrió.
-Te lo prometo.
-Oye Justy ¿Y aprobaste?
Vaya, si que era lista.
-Bueno...
-Eso es un no. Papá también dice eso cuando le digo que me lleve al parque. – balbucea con astucia. Carcajeo esta vez sonoramente y ella se escurre entre mis brazos.
-Justy, báñate, hueles a mujer. Yo voy a robarle el mando a Jaxo.
Y con un movimiento de caderas, se echa el corto cabello hacia un lado y sale de la habitación. Vaya. Cuando seas grande vas a hacer bastante indomable Jazzy. Hombres del mundo, esto es un aviso para todos vosotros, como os atreváis a tocar a mi hermana, os romperé la cara.
■….
Llevo dos horas y…dirijo la mirada hasta mi reloj negro. Sí, dos horas y veinte minutos en el parque. He sacado a los niños a jugar, mamá fue a hacer la compra y yo me quise encargar de ellos. Siempre quise hacer esto. Una señora de largos años se sienta a mi lado en el pequeño banco de madera, su nieta corre a por Jazzy y de repente, ya son mejores amigas. ¿Qué lindo era ser pequeño verdad? Jaxon se tambalea en el suelo, nos recorremos todo los alrededores de la pequeña casita donde está Jazzy con su amiga, yo le agarro de las manos y él da pasos. Jaxon camina, a su edad debería estar totalmente suelto al caminar, pero mamá me contó que le cuesta un poco más. Cuando apenas tenía meses se calló intentando dar pasitos, y la doctora le ha dicho a mi madre que cogió miedo. Aún así, él camina y se suelta, sólo que no corre demasiado, a veces se cae y decide gatear. Pero para eso ya tiene a su hermano mayor aquí.
-¡Justy!
-¿Qué pasa? – corro hasta la pequeña puerta de colorines. Jaxon y yo miramos hacia adentro.
-Quiero un helado.
-¡¿Un helado?!
-Anda manito, anda, anda, por fa. – me tira del pantalón como si fuera uno de esos muñequitos que tiene.
-Vale, vale. Pero no le digas nada a mamá. Despídete de tu amiga y vamos al puesto de allí.
Jazzy corre hasta su pequeña amiga. Quizás nunca vuelva a verla. Quizás vuelva a verla cuando ya sea una mujer. Quizás últimamente saco muchos quizaces. Mi hermana me da la mano y corremos hasta el puesto de helados. Hoy al menos el día no está tan frío. Mamá me matará.
-Buenos días.
El señor Antone. Toda la vida ha trabajado aquí. Recuerdo que antes venía con Ryan y Chaz a por helados. Ha cambiado mucho. Se ríe de manera extraña. Lo recordaba más despierto. Es algo calvo y regordete. Y era muy simpático.
-¡Justin! ¡Volviste! – dijo con entusiasmo.
-¡Hola Anton! – le saludé con alegría. – Pues sí, ya ves. Volví. – reí.
-Qué bueno, ¿Qué tal te va todo?
-Bien Anton, muy bien. ¿Y usted?
-Viejo hijo, viejo. – sonrió de lado. - ¿De qué los quieres?
-Déjeme uno, de…
-¡Chocolate! – contestó Jazzy. Anton rió y yo sonreí observándola.
-Pues, de chocolate. – carcajeé. – Y luego déjeme una vasito pequeño para el peque.
-¿De chocolate también? – preguntó mientras moldeaba el de Jazzy.
-¿De chocolate Jax? – pregunté observándolo. Él me sonrió y me regaló un suave “Sí”.
-Sí, de chocolate.
-Muy bien.
Después de un minuto y medio, los niños se comen los helados mientras que yo sigo charlando con Anton. Habían pasado muchas cosas en el vecindario. Una de las malditas sorpresas, fue que Lucy, había muerto en un accidente de tráfico. Por eso la casa tan oscura. Por eso todo tan apagado. Maldije mil veces. Lucy era una chica estupenda. Nunca entenderé por qué siempre se nos marcha la gente buena. Luego de enterarme de varias cosas más, decidí volver a casa. Eran las dos de al mediodía y mamá ya estaría en casa. Monté a Jaxon en mi nuca mientras que llevaba a Jazzy de la mano.
-¡Llegamos! – anunciamos los tres después de unos diez minutos.
-¿¡Dónde estaban!?
Mamá salió de la cocina con un delantal blanco con dos flores azules en los extremos. Jazzy corrió hasta a ella y se lanzó en sus brazos. Cerré la puerta y deje a Jaxon en el suelo, luego besé su mejilla y me dirigí hasta la cocina.
-¡Galletas! – grité y robé una.
-Acabo de hacerlas ¡No te las comas!
-Demasiado tarde mamá, están demasiado buenas.
Sonreí. Ella negó riendo y me quitó la bandeja. Fruncí el ceño y puse mi mejor cara de niño pequeño.
-Eres como uno de tus hermanos.
-Bueno, también tengo mis encantos.
-¿De verdad? ¿Cuáles? – dijo con ironía.
-Eres mi madre. – negué observándola serio pero con picardía. Ella abrió mucho los ojos.
-¡Asqueroso!
Corrió hacia mí carcajeando, intentando darme un leve golpe. Le robé una última galleta y corrí escaleras arriba hacia mi habitación sin dejar de reír ni un instante. Me tiro en la cama comiéndome mi última galleta. Hoy estuvo genial el paseo con los niños. Siempre quise hacer esto. Y hablando de paseos, ahora me sobra una mano cuando deambulo por las calles. ¿Qué estará haciendo ahora? Una vez más, me saco el teléfono del pantalón y marco su número con esperanza. Ya van unas cinco veces que la llamo y no responde. Me aguanto al primer tono, al segundo me desespero, al tercero dudo y en el cuarto cuelgo. Frunzo el ceño. Miro mis mensajes, no recibo ninguno desde ayer. Y entonces me recorre el peor de los pensamientos. ¿Le habrá pasado algo? No Justin, no desvaríes. Seguro que está…de compras. Sí, seguro que es eso. Está de compras. Me pongo en pie y me acerco a la pared. Cojo una de mis guitarras en las manos y me tiro en la cama. Hace tiempo que no hago esto. Hace tiempo que no hago lo que me gusta. Dejo la guitarra a un lado de la cama y me acerco a mi escritorio. Cojo un bolígrafo y una pequeña libreta. Vuelvo a la cama y cojo la guitarra en mis manos, mientras con el bolígrafo coloco una primera frase. “Never let you go.” (Nunca te dejaré ir). En la parte de arriba de la hoja. Y luego, comienzo a componer. Y mientras las letras se van creando como la propia magia, el sonido de mi guitarra, vuelve a hacerse presente en mi habitación después de tantos años. Caray, extrañaba el tacto de las cuerdas sobre las yemas de mis dedos. Extrañaba la dulce melodía de mi guitarra. Y las horas pasan. Y escribo páginas y páginas. Y detrás de las páginas puedo sentir cómo comienzo a perderme. Y cómo comienzo a perderla lentamente. Me va a olvidar, lo sé. Cierro los ojos, me dejo caer hacia atrás. Y escucho a mi madre gritar un “Justin, la comida ya está puesta”. Mamá, dame la fuerza que necesito para superar lo que viene.

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